El mundo clásico
mantiene una relación ambivalente
con sus traidores. Todo depende, como suele suceder, del punto de vista. Así,
si el otro día veíamos cómo la resistencia heroica de los Trescientos de
Leónidas en el paso de las Termópilas solo fue superada cuando el infame pastor
Efialtes les indicó a los persas de Jerjes una vía alternativa, no se suele mencionar
demasiado que fue la insistencia del griego Sinón, fingido desertor del
ejército griego, la que finalmente logró que los troyanos introdujeran en sus
murallas el regalo más envenenado de la “Historia”: el caballo de madera.
Por lo que se refiere al
mundo romano, uno de los episodios más célebres de los inicios de su Monarquía
es el de la muchacha Tarpeya,
relatado por Tito Livio en Ab urbe
condita. Según cuenta el historiador, durante la guerra entre romanos y
sabinos iniciada por el célebre rapto, la joven Tarpeya, hija del oficial al
mando de la guarnición romana, se comprometió a franquearles el paso a los sabinos
a cambio de lo que estos llevaban en el brazo izquierdo. Creía, cándida ella,
que iba a recibir los brazaletes de oro, cuando lo que obtuvo a cambio de su
traición fue la muerte, aplastada por el peso de los escudos que los sabinos
portaban también con la zurda. Su nombre se convirtió en el de la roca desde la
que, desde entonces, los romanos arrojaron a todos los traidores.
Pero, al igual que los
griegos, también los romanos se beneficiaron en ocasiones de prácticas no
demasiado honorables. Uno de los casos más conocidos afecta, de hecho, a un
compatriota nuestro, el guerrero lusitano Viriato,
que durante el siglo II a. C. resistió los intentos romanos de hacerse con el
control de las actuales Zamora, Salamanca y parte de Portugal. Solo mediante
una traición logró Roma deshacerse de Viriato, aunque, bien por usura, bien por
orgullo, no quiso después recompensar a los traidores. De ahí el enigmático subtítulo
de esta entrada.
Vuestra tarea de hoy
consiste, mis nobles amigos, en relatar la historia del final de Viriato, cuyas
victorias le valieron el sobrenombre de terror
Romanorum, el terror de los
romanos.
Por cierto que Viriato, terror Romanorum, es el nombre que tres
amigos zamoranos han elegido para bautizar una cerveza artesanal de factura
relativamente reciente, aunque por su fuerza y su sabor muy bien podría
llamarse terror Belgarum, pues nada
tiene que envidiarles a sus homólogas
belgas.
Ya lo véis, muchachos, el
latín y la Historia de Roma se abren paso también hasta nuestros gaznates en
forma de cebada líquida. ¿Quién dijo muerto? ¿Quién dijo inútil?
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